El efecto placebo

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¿Qué es el efecto placebo?

El efecto placebo es el efecto producido en el alivio de los síntomas del paciente cuando en realidad no se administró ningún fármaco ni se adoptó ninguna medida con utilidad demostrada frente a la misma, pero sin embargo el paciente mejora más rápidamente y de un modo más eficaz que el que lo haría si no se adoptase medida terapéutica alguna.

Probablemente muchas veces es difícil demostrar el efecto placebo, porque realmente la duración de una enfermedad, por ejemplo, un resfriado, es la misma con tratamiento que sin él, aunque los medicamentos que se prescriben produzcan un cierto alivio de los síntomas (pero no acortan el tiempo de curación).

Cuando se realiza un ensayo clínico, curiosamente los pacientes, que no saben si el fármaco que están tomando es efectivo o no, experimentan efectos adversos en ocasiones comparables a los que produce la sustancia eficaz (este efecto se llama nocevo).

La homeopatía y la mayoría de las sustancias que llevan la etiqueta “complementos alimenticios” son los mejores ejemplos de placebos; sin embargo, los pacientes los toman a pesar de que su precio muchas veces es superior al de fármacos eficaces e incluso insisten en la consulta del médico: “doctor, no me recete medicamentos, que no los voy a tomar, no soy partidario de tomar fármacos”.

Suelo ser muy respetuoso con esta forma de actuar porque sin duda la mayoría de las veces se trata de sustancias inofensivas y si el paciente se encuentra mejor en cuanto a los síntomas frente a una enfermedad que es benigna y funcional, como el síndrome del intestino irritable o la dispepsia funcional, corremos el riesgo de cambiarle el tratamiento con la mejor intención recomendándole algo que basta que lo tome con reticencia para que le produzca un efecto nocevo, es decir, un efecto contrario al que pretendemos.

Como médicos, debemos prescribir fármacos suficientemente contrastados y validados, sometidos a estudios aleatorizados doble ciego. La excusa que pongo al paciente es que en medicina no se estudia homeopatía ni las sustancias con la etiqueta “complemento alimenticio” y por ello no se las puedo recomendar, pero insisto, y es una decisión personal que no estoy seguro que sea éticamente correcta, si se encuentra mejor con lo que está tomando tampoco le suelo recomendar suspenderlo, aunque le explico brevemente el posible efecto placebo de la sustancia.

En el momento actual (abril del 2020) en plena pandemia del COVID-19 cuando todos los colegas se apresuran a publicar los resultados, parece que un fármaco contra la malaria, la hidrocloroquina, ha resultado realmente muy eficaz, mientras que una asociación de fármacos contra el SIDA, denominado Kaletra, no ha producido la mejoría esperada, en comparación con el efecto placebo.

Los expertos nos dicen que no nos podemos fiar de los resultados. No podemos interpretar que la hidrocloroquina es realmente eficaz porque se utilizó en paciente con enfermedad muy leve que probablemente mejorarían en cualquier caso, ni tampoco interpretar que Kaletra es ineficaz porque se utilizó en pacientes muy graves, con una elevadísima carga viral (cantidad de virus en su organismo) y no se puede descartar que si se emplease en fases más precoces no hubiese resultado útil.

Basten estos datos anecdóticos para ilustrar lo difícil que es demostrar si un fármaco es eficaz o no.

El efecto placebo se basa en la capacidad que tenemos de mejorar o curar cuando confiamos en un profesional y lo que nos está administrando, aunque la sustancia que nos administra no haya demostrado ninguna propiedad eficaz para curar la enfermedad (como un caramelo, un bombón o una gominola); la actitud comprensiva del médico, la empatía y la confianza contribuyen a la mejoría del paciente, aunque no se utilice ningún producto que haya demostrado eficacia.
Para demostrar la eficacia de un fármaco es preciso comparar el placebo con un medicamento sobre el que pretendemos demostrar la eficacia y debe tratarse de un estudio “doble ciego” (ni el paciente ni el médico saben cuál es el placebo ni cuál es el eficaz).

Lo cierto es que cuando una persona enferma, a veces recurre a  la adopción de determinadas conductas en las que confía por tradición, como la imposición de la Virgen María en mi parroquia. Cuando era monaguillo a los fieles devotos que llegaban generalmente de Val D’Ouro, les imponía la Virgen: hacía la señal de la cruz 3 veces consecutivas en su cara con una pequeña imagen de la Virgen María recitando: “Cristo vive, Cristo Reina, la Virgen te libre de todo mal, amén”. Esos comienzos tan originales han resultado ser mi primera experiencia como terapeuta.

En la actualidad existen consultas de homeopatía, de naturopatía y de osteopatía, con lujosos decorados de diseño, con profesionales sonrientes, elegantes, empáticos, con diagnósticos por el iris, con tratamientos con equipos de ozonoterapia, microondas, ultrasonidos… todo ello en un entorno de máxima confianza y afecto, que en su conjunto genera una mejoría en los pacientes, probablemente más rápida de lo que sucedería si no mediase acción terapéutica alguna.

Como les digo, no me oirán los pacientes jamás una nota despectiva acerca de estas medidas, que en las enfermedades funcionales o en las que existe una marcada interacción con las emociones, consiguen unos resultados nada desdeñables y mejores que los que conseguimos los médicos empleando fármacos específicos.

¿Cuál es el mayor problema que existe con estas terapias?

Que se esté retrasando el tratamiento eficaz de una patología grave, como el cáncer, la cirrosis hepática o la enfermedad inflamatoria intestinal.

Mi mayor respeto por estos profesionales, algunos amigos entrañables que además no tienen el menor recelo en remitirme a sus pacientes cuando sospechan que puede existir una patología grave.

ntuario de la Virgen de Conformo

En el Santuario de la Virgen de Conformo (mi parroquia) siendo un niño (un monaguillo) impuse, por recomendación del sacerdote, la Virgen a cuantos peregrinos acudían deseosos de salud y de fortuna. La señal de la cruz y las palabras: “Cristo vive, Cristo reina, la Virgen te libre de tomo mal. Amen”. Entre la fe en la Virgen, la ingenuidad y la sencillez de un niño, el efecto placebo estaba asegurado.

Si van a Taramundi o a A Pontoneva y tienen ocasión, no dejen de visitar la Iglesia, con un retablo del altar mayor muy hermoso, aunque las horas de culto son muy limitadas y no sé si tendrán la oportunidad de que les impongan la Virgen.

Considerado desde el punto de vista científico, y con el mayor respecto a las instituciones religiosas, puesto que soy creyente, probablemente muchas curaciones se han debido al efecto placebo.

La efecto placebo es tan sutil que incluso influye el importe de la consulta. Es un silencio a voces entre los colegas que si a un paciente se le cobra un módico precio por la consulta, no mejora porque piensa que el médico no le está ofreciendo realmente un tratamiento eficaz o de garantía. El mejor médico lo es porque cobra más y no a la inversa.

Muchas veces, los profesionales de la denominada medicina alternativa nos dan cien mil vueltas en afecto, en el cuidado de los detalles, empatía y asertividad…

El efecto placebo funciona generalmente con enfermedades que son benignas, pero también incluso puedo hacerlo aunque de una forma más corta y limitada con enfermedades muy graves por lo que su utilización de una forma intencionada en pacientes con cáncer o con enfermedades graves que requieren tratamientos muy especializados no podemos aceptarlo.

Utilizar la situación de angustia de un paciente y de sus familiares con cáncer ofreciéndole tratamientos milagrosos curativos costosísimos que realmente no tienen ninguna otra propiedad más que el agua destilada, es un gran fraude, pero desgraciadamente se sigue utilizando.


Sé de profesionales que “curan” la cirrosis hepática avanzada con tratamientos alternativos, tiene varios meses de lista de espera y sus honorarios son astronómicos.

Alguna paciente que me ha visitado se había ido a operar a Suiza de su fibromialgia, tratamiento novedoso, carísimo y lamentablemente sin mejoría, ni siquiera durante los primeros meses (el efecto placebo se caracteriza por su transitoriedad, se mejora durante unas semanas, pero los síntomas reaparecen generalmente en poco tiempo.

¿Cómo se demuestra que un tratamiento es más eficaz que el efecto placebo?

De una forma muy simplificada, para saber la utilidad de un fármaco hay que administrarlo a un número considerable de pacientes. El número de pacientes necesario para que los resultados sean fiables se basa en estudios matemáticos complejos.

A un grupo de pacientes que tienen las mismas características: es decir pertenecen a la misma raza, llevan unos hábitos de vida similares, hábitos tóxicos comparables, peso comparable, condición social comparable, etc se les administra la sustancia que se puede probar y a otro grupo de las mismas características, previo consentimiento firmado, se les administra un placebo, un comprimido, cápsula o vial IM o IV similar, pero sin principio activo alguno.

Ni el médico ni el paciente saben lo que está recibiendo el paciente para que eso no influya a la hora de evaluar los resultados. Existe una tercera persona que es el investigador que sí sabe cuál es la sustancia pretendidamente eficaz, y cuál es el placebo.
Una vez que se conoce la evolución de cada paciente, se abren los sobres cerrados en los que se indica si se trataba del principio activo o del placebo y se analizan los resultados.

Esta es la forma más eficaz de saber si un tratamiento es o no es eficaz. No sirve la experiencia del vecino, ni de un familiar o de un amigo ni siquiera la que le cuente el farmacéutico o el empleado de la parafarmacia diciéndole que en su experiencia ese producto que le vende “va muy bien”.

De todos modos cuando un paciente acude a una farmacia con un problema obviamente banal que no justifica una consulta médica, la recomendación por su farmacéutico de confianza de un producto inofensivo con el apéndice “este producto en mi experiencia va genial” es una mentira piadosa que no perjudica en absoluto al paciente y puede contribuir a aumentar o a producir ese “efecto placebo” que realmente es de gran ayuda en patologías benignas que realmente acabarían mejorando también sin tratamiento alguno.

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